viernes, 30 de octubre de 2009

Paraísos perdidos.
Eduardo Abril Acero

De entre todos los paraísos, los mejores son los perdidos. El paraíso de la infancia dulce y cálida, el del amor esquivado, tiernamente trágico, el de la juventud sin pasado preñada de futuros, el del impaciente sexo a escondidas.
El efecto más inmediato de estas pérdidas es la melancolía, esa felicidad deseante y vacía que nos envuelve y nos hace más profundos y sosegados. Por eso sólo quién ha vivido puede entregar su alma a la melancolía en soledad y sólo los hombres enfermos de melancolía pueden apartarse de la realidad de forma calmosa… y musicar el mundo.
Escribe el amigo Friedrich en su Zarathustra:

"Pero tu no quieres llorar, no quieres desahogar en lagrimas tu purpúrea melancolía, ¡por eso tienes que cantar, oh alma mía! -Mira, yo mismo sonrío, yo te predije estas cosas:
- cantar, con un canto rugiente, hasta que todos los mares se callen para escuchar tu anhelo, hasta que sobre silenciosos y anhelantes mares se balancee la barca, el áureo prodigio, en torno a cuyo oro dan brincos todas las cosas malas y prodigiosas. […] Oh alma mía, ahora te he dado todo, e incluso lo ultimo que tenía, y todas mis manos se han vaciado por ti: - ¡el mandarte cantar, mira, esto era mi última cosa!"

Es una lástima que todos los paraísos perdidos no sean más que mentiras amplificadas por el tiempo. Y sin embargo la melancolía es algo tan real

Neil Young canta a uno de esos paraísos.

miércoles, 28 de octubre de 2009

Hacer promesas...
Borja Lucena

Hay pocas ideas capaces de hacerme bajar de esta rara creencia en la que vengo cayendo desde hace unos años, creencia que desfonda, como líquidos sin recipiente, cada una de las seguridades a las que estaba acostumbrado. Solía pensar que la filosofía le daba consistencia a mi alma sedienta de banalidades, sedienta de contingencias fugaces, de instantes luminosos y también de otros tan poco profundos como oscuros y peligrosos.
Me gustaba secarme de tanta humedad a la luz del medio día del brillante sol de Platón. Y sin embargo, de pronto un día, el mundo luminoso de las ideas se esfumó y en su lugar se quedaron todas mis pasiones efímeras.
Apareció entonces la muerte en sus formas más terribles, la ausencia… la espera. Su extraña familiaridad me hizo sospechar que había acompañado cada uno de mis desvelos durante años, tal vez todos los años, oculta bajo el disfraz del miedo.
Pero una de aquellas ideas luminosas aún pervive: hacer promesas.

Y no hay nada como la música para hacer promesas.