miércoles, 4 de diciembre de 2013

Amor posmoderno.
Borja Lucena

Persiguió a esa mujer por bares, iglesias y restaurantes que ofrecían el pan a precios variados, tiendas de cosméticos. La buscó por arrabales y barrios de clase media, por manifestaciones y sórdidas librerías de viejo. La encontró, a veces, comprando una botella de leche o algo de verdura para la comida, leyendo distraídamente una revista bajo el sol de marzo, o saliendo de un baño público. Se le aparecía como una diosa, un signo en el cielo de felicidad duradera, una conversión a una vida mejor y más rica.
Por fin desarticuló sus defensas, derribó sus murallas y estratagemas, y una noche pudo llevarla a casa, donde, tras una copa, tres cigarrillos y algo de vacilante conversación, se encerró con ella en el dormitorio. Si por él hubiera sido, para no salir jamás. Comenzó a desnudarla con urgencia, a rozar con sus dedos su carne ondulante, sus labios y pestañas. De repente, una duda le asaltó el pensamiento. Aceleró impaciente la marcha de las manos sobre la ropa, desabotonando, bajando cremalleras y soltando broches infinitos. Ya no era el deseo de la carne lo que le empujaba, sino el solo anhelo de saber. Buscó, como en un callejero interminable, lo que más temía encontrar y, finalmente, en la espalda, encontró la pequeña inscripción. Cerca del culo. Made in China.