viernes, 30 de octubre de 2009

Paraísos perdidos.
Eduardo Abril Acero

De entre todos los paraísos, los mejores son los perdidos. El paraíso de la infancia dulce y cálida, el del amor esquivado, tiernamente trágico, el de la juventud sin pasado preñada de futuros, el del impaciente sexo a escondidas.
El efecto más inmediato de estas pérdidas es la melancolía, esa felicidad deseante y vacía que nos envuelve y nos hace más profundos y sosegados. Por eso sólo quién ha vivido puede entregar su alma a la melancolía en soledad y sólo los hombres enfermos de melancolía pueden apartarse de la realidad de forma calmosa… y musicar el mundo.
Escribe el amigo Friedrich en su Zarathustra:

"Pero tu no quieres llorar, no quieres desahogar en lagrimas tu purpúrea melancolía, ¡por eso tienes que cantar, oh alma mía! -Mira, yo mismo sonrío, yo te predije estas cosas:
- cantar, con un canto rugiente, hasta que todos los mares se callen para escuchar tu anhelo, hasta que sobre silenciosos y anhelantes mares se balancee la barca, el áureo prodigio, en torno a cuyo oro dan brincos todas las cosas malas y prodigiosas. […] Oh alma mía, ahora te he dado todo, e incluso lo ultimo que tenía, y todas mis manos se han vaciado por ti: - ¡el mandarte cantar, mira, esto era mi última cosa!"

Es una lástima que todos los paraísos perdidos no sean más que mentiras amplificadas por el tiempo. Y sin embargo la melancolía es algo tan real

Neil Young canta a uno de esos paraísos.

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