El sol volvió a iluminar la habitación, que se vio anegada por una luz intensa y efímera. Las ventanas, que enmarcaban la pequeña porción de mundo que era dado contemplar desde la clase -los montes todavía nevados, las casas del pueblo inmóviles y sombrías- se encendían y apagaban a tenor del recorrido fortuito de pesadas masas oscuras que ocultaban intermitentemente el sol. Era marzo y nada aún había brotado en los campos macilentos.
El examen apenas había comenzado y el profesor tuvo que enviar a una de las dos alumnas a repetir las fotocopias.
-No nos va a quedar tiempo-, susurró la otra.
Después de dictar las preguntas con tono de voz rutinario, el profesor calló. El silencio estalló nada más perderse el eco de la última pregunta- como una flor que se abre súbitamente- y la clase se mantuvo en una calma desacostumbrada mientras las dos alumnas escribían compulsivamente sobre la madera sorda de los pupitres. Un coche del color de la aurora o el anochecer giró en lo alto de la calle y la recorrió sin apenas hacer ruido.
El profesor encontró ante sí nada más que tiempo, tiempo desnudo y sin contenido en el que no habría de escenificar su repetida representación ante público alguno, y abrió el periódico con despreocupación. Lo cerró al poco rato y giró la cabeza hacia los plátanos desnudos que velaban el cielo gris tras los cristales.
"Afuera también pasa el tiempo y la luz, y las cosas cambian demasiado lentamente"-, pensó.
Una de las alumnas estiró nerviosamente el brazo, y ante una señal leve del profesor preguntó si era importante el nombre completo de un autor.
-Es que no m´acuerdo-, dijo.
El profesor le contestó que intentara recordarlo, pero que, ante todo, no perdiera los nervios.
"Se toman demasiado en serio los exámenes"-, pensó.
Volvió a abrir el periódico, pero enseguida lo cerró pensando que ahí también se tomaban demasiado en serio muchas cosas sin importancia. Miró las paredes que reververaban como golpeadas por un aire blanco, y permaneció así hasta que una mano misteriosa oscureció y aquietó la clase.
El profesor se levantó y comenzó a caminar, rodeó lentamente a las alumnas y encendió la luz.
"Se toman todo demasiado en serio"-, pensó, y envidió por un instante la seriedad de su entrega al engaño.
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