Claudia.
Hoy es el
cumpleaños de Claudia y voy a salir pronto del trabajo para ir a comprar su
regalo. Sé que quiere un microscopio porque me contó hace dos meses que en el instituto
habían visto las células de una cebolla, y ese día vino emocionada pensando que
dentro de cada cosa hay otro mundo infinitamente más pequeño. Yo le voy a
llevar como regalo una ventana a ese mundo, y quién sabe si en el futuro,
cuando trabaje en un laboratorio en el que investiguen contra el cáncer y estén
a punto de dar con la vacuna definitiva, se acordará de mí y de su primer
microscopio, de esa forma reservada sólo para algunos recuerdos.
En el hospital,
cuando ven la foto de Claudia en mi taquilla, me miran sorprendidos y
preguntan “¿tienes una hija?”. Los días que estoy amable simplemente contesto que no, forzando la
siguiente pregunta “¿es tu sobrina entonces?”. Y los días muy negros o muy luminosos
clausuro la conversación de salida sentenciando que “sólo es una buena amiga”.
Después de eso no se atreven a preguntar más, mi mala fama me evita un montón
de conversaciones estúpidas.
Gloria.
Gloria llegó intranquila, como llegan todas. Esperaba una
mala noticia y yo se la di. Era una mujer atractiva pero sus gestos duros
hablaban de una vida difícil. Claudia aguardaba en la sala de espera, pero ella
estaba sola sentada frente a mí. Miraba constantemente el reloj, incluso
después de que le hubiera confirmado que se iba a morir; “entonces... es
inevitable”, dijo sin preguntar,
mirándome a los ojos; quería escuchar su
propia voz realizando lo que ya había escuchado en mis palabras, como si no
fuera suficiente el pensamiento acostumbrado a acoger los productos de la
imaginación y tuviera que rellenarlos con materia. Hay gente así. Reservan los pensamientos para la imaginación
y dejan que la voz se ocupe de los hechos. Gloria se decía en voz alta, a un minuto de salir por la puerta, “tengo que
ir a buscar a Claudia”, o un mes antes frente al espejo “me duele el pecho”.
Pero reservaba la imaginación, el habla silenciosa, para retornar al día
brillante en que concibió a su hija Junto a Robert, o para imaginarla grande,
fuerte, independiente, brillante en el descenso de su juventud, o para imaginar
que todo lo que yo le estaba contando no era más que un mal sueño.
Con una mano agarraba el apoya-brazos de la silla con
fuerza, y con la otra sujetaba un monedero grande. Su pelo lacio cubría uno
de sus grandes ojos a la mitad, y su nariz grande sujetando unas enormes gafas de pasta negra,
hablaban de una mujer que miraba con un corazón tan amplio como oscuro.
Después de haber dado un millón de veces aquella noticia,
había aprendido a tomar distancia. Algunas personas se derrumbaban y les
resultaba difícil controlar los gestos de su cara, de tal modo que parecían
llevar una máscara en la que la mitad derecha reía mientras lloraba la izquierda.
Otras, se quedaban calladas, frías y
distantes, mirándome con desdén, apretando los dientes y los puños; la mayoría
se interesaba por nuevas pruebas, nuevos tratamientos, nuevos doctores. Ponían
en cuestión los resultados de los análisis, incluso mi criterio y mi
experiencia para darles aquel resultado. Yo no me ofendía nunca.
Ahora sé que Gloria sólo pensó en Claudia, sentada en
una de esas sillas de plástico naranja, atornillada a un banco metálico que
había en las salas de espera del hospital, con sus piernas colgando,
cruzándolas y descruzándolas mientras le cambiaba la posición de los brazos a
una muñeca Barbie. Esa fue la primera vez que la vi, con su pequeña camiseta
rosa en la que se dibujaba una flor blanca y naranja. Años después, con un
cuerpo cambiado y un armario diferente, aún conservaba esa prenda, que guardaba
cuidadosamente en el fondo del cajón de las camisetas, como si existiera aún la
posibilidad de ponérsela. Un día le pregunté: "por qué no la tiras ya? No es más que un trapo". Ella me
miró con cara de desdén, con un gesto de condescendencia, como si no entendiese
nada y me contestó simplemente "porque me gusta". Después siguió mirando por el microscopio, así pasaba
casi todas las tardes. Comprendí que hay cosas que son la puerta de entrada a
otros mundos.