Ayer hizo una tarde magnífica. Los chopos
amarillentos de los campos de Soria parecían altas hogueras ardiendo en
los campos vacíos del otoño. Durante un larguísimo rato, mientras el sol
declinaba ya sobre las sierras azules, me estuvieron zumbando en los
oídos unas greguerías de Gómez de la Serna que había leído por la
mañana. Aquí os las dejo, tal y como mi vacilante memoria las ha
conservado. Me parecen pequeñas miniaturas de un pensamiento preciso y,
a veces, deslumbrante.
Los cuernos de los toros buscan un torero desde el principio del mundo
Cuando la flor pierde un pétalo... ¡Está perdida toda!
Lo malo de la ambición es que no sabe lo que quiere
El arroyo trae al valle las murmuraciones de las montañas
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