viernes, 23 de enero de 2009
La Clase
Entre les murs (mal traducida, para no variar, como La clase) es una más que interesante película que, filmada a modo de documental, reconstruye la vida de un profesor y sus alumnos durante un año escolar en un instituto de un barrio marginal de Paris.
Lo primero que llama la atención es que pese a ser un argumento relativamente habitual, nada tiene que ver con otros títulos de semejante temática como Mentes Peligrosas o Rebelión en las aulas. Cantet, el director, se ciñe a lo que ocurre entre los muros de la escuela, sin distraerse con conflictos personales de los personajes, construyendo un análisis certero y que invita a reflexionar sobre las dificultades del sistema educativo para sacar adelante a algunos de sus estudiantes y del profesorado para lidiar con determinadas situaciones.
Para un profesor ver “La Clase” es una sensación extraña: a ratos, tenía la sensación de estar observándonos, a los chavales y a mí mismo, a través de un espejo. Y ese es, sin duda, el mayor logro del film: su inmediatez prácticamente documental, la veracidad con que muestra los espacios, las situaciones cotidianas que se van desgranando con encomiable agilidad, la naturalidad y aparente espontaneidad de los diálogos etc.
Uno de los méritos de la película es mantener el interés sin que haya una trama central, o se salga apenas de ese escenario casi teatral que es el aula de clase. Se agradece que no caiga en el maniqueísmo, que los padres no aparezcan como unos inconscientes, ni los profesores como unos héroes, ni los alumnos como nulidades absolutas. Se lidia con un problema, la integración de alumnos de origen extranjero, y se hace lo que se puede; después la vida sigue, eso es todo, que no es poco.
En el “debe” del film habría que apuntar que el vuelo de la película es muy bajo. Casi tan a ras de los hechos, de los espacios y de sus personajes que, cuanto de inmediatez ofrece, le dificulta elevar la altura de sus análisis y emociones. Todos los cuestionamientos que en la película se esbozan son certeros e importantes, pero uno echa de menos mayor implicación y riesgo en los análisis, más vibración en el retrato de los personajes y de sus relaciones y, a la postre, mayores dosis de compromiso y profundidad en la exposición de los sentimientos y las emociones tanto de los alumnos como del profesor.
Pero el plano final es todo un acierto y nos deja con un agridulce sabor en la boca: queda la clase vacía, con una sensación de error grande, de futuro incierto, de una pausa de sendos meses para que luego, en septiembre, todo siga igual.
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